En
ocasiones, al salir al jardín donde duerme la nodriza de la capa azul he podido
oír como el silbido de un pequeño animal que escapa entre las flores; y alguna
vez, incluso, he llegado a tiempo de ver unas patas como de ciervo cubierto de
plumas de metal, resbalar en el barro y salir a la carrera. Pero nada, ni
siquiera eso, me ha inquietado más que ver a la nodriza abrir los ojos en la
cara del muerto que duerme al fondo de la fuente, rodeado de mujeres
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